Tres poemas

Incólume

Yo sé por qué busco mi muerte. 
¿Sabes tú por qué buscas la tuya?
Yo sé por qué me quemo en vida.
Yo sé el porqué del dolor y la ira.

¿Sabes tú por qué esta vida es tuya
y de nadie más?

Yo sé qué piso me tocó. 
A quién reclamar la sal de las lágrimas. 
A quién no olvidar.
Y por qué recorro este camino. 

¿Saboreas tú, aunque sea un poquito, de este vino?

Quisiera disculpar
mi grueso suspiro
pero no encuentro
la mano que atraviesa mi espalda,
derrumba los muros
y acalla obscenidades a mansalva.

No quiero voltear la cara y decir no sé. 
Sé hasta la profundidad de la savia. 

Te beso y de digo adiós. 
Quiéreme en algún recoveco del cielo.
Cuídame de la soledad y el estiércol. 

Sé siempre tú
en la mano que echa chispas
sobre la cabeza de tu hijo. 

Sé siempre tú
querida mía
en el recuerdo absurdo de una llamada
y en todas las palabras que ya no evoco.

Incólume, sé siempre tú. 

Luna de sangre

Luna de sangre
sobre tierra violenta.

Vorágine roja
que devora y destaza
a sus más amables hijos. 

Sangre que se rebela
y se alza en las plazas.
Empapa nuestros sueños
nos persigue
con la posibilidad de no sobrevivir hoy
de velar al ser querido
bajo su asfixiante luz.

Luna de sangre
presagio fundamental
de las más devastadoras visiones.

Inyectas más locura
al atribulado corazón
y masacras la esperanza
de un país que nunca existió. 

Dejarte ir

Dejarte ir
entre lirios rojos
y cortinas moradas azotadas por el tiempo
en la fuerza de tu puño
asido a una transición tortuosa. 

Dejarte ir
en la luz del equinoccio de primavera
pringando las aristas de Chichen Itzá.

Dejarte ir
en la rabia de tu decadencia
en la impotencia de no hacer nada
en la debilidad de un cuerpo
que te traiciona
y se vierte 
por el desagüe de la muerte. 

Johanna Godoy 




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