LA TORMENTA

Era un invierno tupido. En mi auto, me dirigía hacia el sur. Paulatinamente, el día se convertía en noche. Nubes grises y negras venían a mi encuentro, me rodeaban, me tragaban. 

Mientras la mayoría de autos pasaban raudos a mi lado en dirección contraria, yo me dirigía directo a la tormenta. 

Pronto los vientos me alcanzaron, los árboles se inclinaban en agonía, el granizo rebotaba estruendosamente en la caparazón que me protegía. 

Sí, era ella, la guerrera de espasmos luminosos.

Y allí estaba yo, como siempre, dirigiéndome hacia el centro de la tormenta, sin vacilar, sin volver a ver atrás, sin salirme del camino. Sin tiempo ni ganas para retroceder, dispuesta a enfrentar la furia y el caos. 

Una metáfora de la vida. 

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